lunes, 29 de junio de 2009

Hay fantasmas...

Hay fantasmas en todos lados. En los huecos de las paredes, en las esquinas, en las ventanas. Son fantasmas las sombras, son fantasmas los muertos, los olvidados. Hay fantasmas de ruido, de hombres, de ilusiones y animales. Están aquí y están allá, en nosotros, vagando sobre nuestras cabezas...cubriéndonos los ojos con telarañas. En los sueños, en la sangre... siempre están. En el silencio los oímos, en la oscuridad sabemos que están allí. Les tememos, desde siempre, hasta siempre. Hasta convertirnos en ellos. Hasta viven los fantasmas.

Insomnio es de fantasmas, que roban los sueños por celos...ellos ya no sueñan, ya no existen. Mas están, siempre y ahora, meciendo la cortina, aullando bajo las puertas. Son ellos el recuerdo, son ellos el frio... son esos que te observan siempre, que son tú. Ellos son tus objetos más queridos, ellos son el paso de los tiempos, ellos son la huella del que nos amo y se fue. Son ellos las lágrimas, el dolor de las entrañas... fantasmas, esos que llenan de miedo los ojos. Esos que matan las condenas, esos que abrazan.

Fantasmas, no son porque alguien crea en ellos... no, son ellos los que creen en nosotros. Sin sustancia, atados al limbo negro. ¿A dónde irán cuando los segundos se agoten? Dentro de nosotros, cuando olvidamos? Acaso desean ser tan desesperadamente, para robarnos la conciencia? ¿Acaso es el tiempo su aliado, robando pedazos de vida para dárselos de beber? Fantasmas , fantasmas... no es tiempo del tiempo les aviso, no soy para ustedes. Beban mejor de los claveles rojos, esos que son mis recuerdos. Llévense el elefante, llévense la muñeca, el reloj y el trozo de mantel, sólo déjenme los recuerdos... o si no, los olvido a ustedes.

Salvación de lucidez

Tu aroma sigue incrustado en las paredes. Y no puedo arrancarlo con nada. Tu recuerdo me atormenta cada noche, haciendo la noche más oscura. Y en el día es aun más cruel, pues estás en todos lados. No puedo ser sin que estés a mi lado. Veo tus ojos oscuros en los rincones ocultos, siento tu respiración en mis vísceras. Te siento desgarrándome por dentro. Y tu voz, tu voz me hechiza en sueños... me atormenta en el sol más luminoso. Deseo la muerte, pero ni eso me dejaste. Te llevaste todo lo que tenía. Dejaste sólo el cascaron hueco de la humillación, dejaste la esencia seca... Ahora estoy cubierto de polvo en mi tumba viva... y mis palabras han de desgarrar tu recuerdo sin poderlo romper jamás. Pues tú fuiste mi maldición, eres más fuerte que la propia eternidad. Y esta ruina que soy ahora, no lo era antes... Tu me cubriste de sal... y yo te di mi obsesión. Te amo. Y no lo dejaré de hacer... pues eres más que el tiempo que me queda muerto. Aún ahora, no sé como arrancar tu aroma de las paredes, como expulsar tu aliento de mi copa... como romper tu voz, retumbando en mi cráneo. Nuestra historia fue oscura, Magdalena. Pero ahora ha terminado. Mi muerte es la única esperanza de mi delirio, es la salvación de mi demencia...

domingo, 17 de mayo de 2009

De café y cocodrilos

Esa noche, despertó nadando, enredado en sus sábanas blancas. No recordaba qué había soñado, sin embargo lo inundaba la sensación de que era algo desagradable. Tras un esfuerzo casi titánico, logró recobrar el ritmo natural de los latidos de su corazón y acallar el retumbe sordo en sus oídos. Conforme sus ojos se adaptaron a la oscuridad profunda que lo cubría, el secreto miedo a estar ciego repentinamente, desapareció. Ese --podría decirse irracional más no imposible-- terror nocturno surgió en su niñez, y permanecía hasta ahora, sin poder desvanecerse con el paso de los años. Esa pequeña luz debajo de la puerta lo mantuvo seguro hasta hacía poco tiempo, al abandonar su casa paterna. Renunciando a poder dormir tranquilo de nuevo, se levantó de la cama e inmediatamente prendió la luz. Después de asegurarse de que no había nadie acechándolo en la oscuridad, se dirigió a la cocina. Allí, se preparó una taza de café, regañándose en voz alta por consumir tal vez el único producto que lo alejaría definitivamente del sueño. Tras unos minutos, dejó caer la taza aun llena al suelo. Por qué lo hizo, no lo sabía. El suelo blanco se cubrió de trozos de cerámica y charcos de líquido humeante. Por un instante, dejó de pensar. Se agachó, y tomó un trozo de cerámica.

- No te vayas
- Ya es tarde, tienes que dormir hijo
- Pero no apagues la luz
- Julián, no puede ser que aún le tengas miedo a la oscuridad. Maldita sea, te he repetido hasta el cansancio que no te va a pasar nada. Ya no eres un bebé, madura. Ahora sólo me falta que te orines en la cama otra vez.
- ¡Perdón, papá! Te prometo que no lo vuelvo a hacer. Es que tenía una pesadilla.

El padre salió del cuarto, apagando la luz. Él no se movió de la cama. Temía levantarse a prender la luz. Así, a oscuras, sentía ser observado por seres grotescos y malignos; creía ver moverse a siluetas en las esquinas. Empezó a llorar, bajo para que su padre no lo escuchara. Al poco rato se quedó dormido.
Salió al patio de su casa, abriendo la puerta de su habitación. A lo lejos, escuchó el canto de un ave, que siempre pensó que en realidad era una lechuza diurna. Al mirar hacia bajo, se quedó petrificado. El suelo ya no era de adoquines rojos, era de reptiles largos y escamosos. Al instante, llamó a su madre, quien acudió en seguida. Pero la mujer no veía lo mismo que él, ella veía adoquines rojos. Lo mismo sucedió con su padre, quien simplemente le dio un golpe, instándolo a dejar esos juegos infantiles atrás y madurar.

Algo tibio cubría su mano y se deslizaba sobre su brazo desnudo. Se dio cuenta de que había apretado el trozo de cerámica hasta enterrarlo en su piel. Aún desubicado, colocó la herida bajo un chorro de agua fría e intento recuperar los últimos minutos de la noche, por alguna razón olvidados. Sin embargo, no pudo. Murmurando acerca del Alzheimer juvenil, regresó a su habitación. Bajo las persianas, se colaba la luz lechosa del amanecer, y su cama resplandecía al reflejarse ésta sobre las sábanas arrugadas. Extrañamente cansado e intranquilo, se acostó y se cubrió hasta la barbilla. A partir de ese día, no volvió a soñar con su padre.

viernes, 24 de abril de 2009

Porque ese que lo lee, solamente eres tú

¿Te imaginas cómo es el mundo dentro de mí? ¿O cómo es el cielo reflejado en sus ojos? No, no puedes. Porque ese que lo lee solamente eres tú.
Imagina un vasto campo. No es verde, no está vivo. No, es dorado y está muerto. No hay nada, ¿o sí? Oro, plata, amor… no, eso no hay. Sólo hay urgencia, un hoyo es sus entrañas. Una tristeza que te invade.
Caminas en la orilla del mar espumoso, con olas de trigo y espuma de tierra, que te susurra “te quiero, te quiero”.
Ahora te invade un remolino de sueños, un sonido infantil.
¿Dónde estás ahora? Es un lugar azul turquesa, frio y caliente, ruidoso o callado. La luz entra tras la cortina del espacio. Un hoyo negro con puntos amarillos.
Tiembla, tiembla la botella hueca. Con una carta de tinta olvidado. Tus manos sostienen las montañas de su mundo pintado, plano y estampado. Te agachas, caes es nada. Abres los ojos, ves la luna, no, no, no luna pero foco. Un foco colgando del cielo. Alguien te grita, te llama… ¿Respondes?

martes, 14 de abril de 2009

Comedia de media noche

Lo conociste no hacía mucho, pero te enamoraste rápidamente. Todo sucedió a un ritmo vertiginoso. Al darte cuenta, habías abandonado todo por él. Dejaste a tu familia, tu trabajo, tus planes para ir a su lado, para pasar momentos de pasión bajo esas cuatro paredes que terminarías odiando profundamente. Al principio, ese permanente olor a humedad no te molestaba, el ruido del agua corriendo en las tuberías maltrechas te parecía un detalle insignificante, el foco opaco y las corrientes de aire eran simplemente parte del escenario romántico de tu historia de amor. Parecía el personaje principal de tus sueños, aquel con el que soñaste desde niña.

Al pasar el tiempo, tu historia se convirtió en tragedia, en una pesadilla . Poco a poco, su aroma inundó las paredes. Su voz se convirtió en tu conciencia. Tu existencia era él. Te rodeaba, te aplastaba. Poco a poco, perdiste tu existencia entre las sábanas arrugadas. Detrás de las ventanas sucias , tu escenario romántico se convirtió en una comedia sórdida y dolorosa. Él ya no era más tu leyenda, sino un ser monstruoso. Cada momento, sus fallas crecían como cadenas que te mantenían presa. Tenías miedo de huir; te acosaba en tus sueños más profundos. Una noche, tras romper tu alma en trozos, empacaste y saliste. Lo abandonaste a pesar de sus chantajes, de sus amenazas y de sus ruegos.

Te subiste a un taxi. La noche era oscura y tenías frio. Mejores excusas no encontraste para enfrentarte con tu destino. Huiste para no mirar atrás. Ya nada estaba bien y estabas en el borde del abismo. Pero lograste tragarte el miedo. Te dejaste llevar. No pensaste por un instante. Te saliste del cuento de hadas convertido en pesadilla. El asiento estaba sucio, por tantas vidas que pasaron por él. Amantes, pecadores y santos habían estado ahí antes que tú, y sus historias podías sólo imaginarlas. Hasta ese momento habías estado a la deriva, pero ese olor rancio a cotidianeidad te amarró al suelo. El conductor, aquel que había pasado infinitas veces por esas callejuelas húmedas, era una silueta, una sombra nada más. Murmuró algo, y respondiste lo único que ocupaba tu mente en ese momento: lejos.

Lo más lógico hubiera sido que el conductor te pidiera una dirección real, se riera, o te pidiera que te bajaras del coche. Sin embargo, no respondió nada. Simplemente se quedó quieto por unos instantes y comenzó a manejar. El destino no lo tenías claro, pero no importaba. No en ese momento. Al poco rato, las ventanillas del auto se empañaron. La ciudad se convirtió en una ráfaga de luz, y sus habitantes no existieron. Pensabas en todo y en nada a la vez. Varias veces, el miedo te sofocó. Te temblaron las manos y te dieron escalofríos. Prendiste un cigarrillo y abriste la ventanilla. La ciudad se reveló ante tus ojos como un grito, como un monstruo luminoso e intermitente. Cerraste los ojos; el viento revolvió tus cabellos. Le diste una calada a tu cigarrillo y el humo se perdió en la noche. Le pediste al conductor que se detuviera. Pagaste y te bajaste del auto. Sus luces se perdieron en la oscuridad, semejantes a un par de ojos vivos. Dónde estabas, no tenías ni idea, pero no buscabas tenerla. Entraste a un bar mal iluminado, húmedo y lleno de gente. A empujones lograste llegar a la barra. Te rodeaban sombras calientes, ruidosas y deformes. Tenías miedo, te sentías libre.

Te sentaste en un rincón, y cerraste los ojos. Reviviste una y otra vez los recuerdos luminosos de tu vida antes del infierno, de tu niñez, de tus esperanzas. Al abrirlos, las sombras se habían ido. Ahora te rodeaban simples personas, que te mostraban sus vidas grabadas en sus rostros, que disolvían sus penas y avivaban sus recuerdos con alcohol. Viste dinero, sexo, venganza y amor envueltos en un remolino de pasión, mal disimulados bajo el manto del amanecer. Te sentiste viva rodeada por mil, mil luces, mil sueños, mil destinos.

Saliste del lugar y viste hacia arriba. El cielo brillaba, y la ciudad dejaba atrás sus temores nocturnos. Como tú, seguía adelante. Sonreíste y caminaste hacia todos lados, sintiendo el aire helado devolverte la vida casi perdida. En ese momento, todo era como debía serlo. El sol salía lentamente, las piedras húmedas que pisabas gritaban, olía a lluvia. Los árboles rezumaban de rocío, la luz de la vida opacaba la ignominia; por un instante, la vida parecía sueño. Habías salido del laberinto, la medianoche se había olvidado.

lunes, 18 de febrero de 2008

monólogo

La sobrina menor

A ella le debo todo,

todo lo que soy, nada lo que fui.

En mi sueño de niña, estaba.

Ahora, ya no sueño.

Ya no siento.

Sólo soy.

Cuando pequeña, yo la adoraba.

extraña mujer, no se puede dudar

pues con ese aroma

y ese ser, nadie más la podría igualar.

Hermosa sin duda era

pero sola, sola, siempre estaba

desde aquel amanecer,

aquel amanecer morado

en ese rio helado.

Sangre casi noble, amor tibio

combinación bizarra no lo dudo.

Pero sí, así era ella.

Cuando niños, la vida no es gran cosa

juegos, felicidad y risas

lágrimas, rabietas y

esa soledad que duele.

Esa que siempre está ahí cuando eres un niño.

En esa edad en la que necesitas creer para saber,

esa soledad tan dura

se desvanecía,

tal como la rabia humeante

y como la sombra del olvido.

Como esos ocasos que se hunden en el rio

sin que nadie los mire.

Por un momento se iba,

gracias a mi tía.

Feliz yo era

con sus juegos, con sus cuentos,

cada día esperando el momento de abrazarla.

Ella, ella que llenaba de destellos dorados mi vida.

mi tía, sólo guanábana y encajes.

Cada cumpleaños, qué regocijo.

El mejor regalo sin duda alguna,

era mí misma.

Sí, mí misma, aunque suene raro.

De porcelana, cera e hilo,

inmóvil y sin vida.

Esa muñeca era yo.

Diez muñecas.

Diez retratos.

Diez espejos.

Las vi moverse, lo puedo asegurar

pero de niña, todo puede pasar.

Las cosas para ti son reales.

Para los demás…

¿qué importancia tiene?

La tía, ahora en su balcón

pasaba horas pensando en todo, en nada

en la vida misma, en su propia vida.

En ese amanecer helado.

En un sueño,

un sueño de muñecas,

de rio, de fruta.

Cuando llegó él,

en un sueño creí estar.

A mi niñez volví,

soñé con libertad.

Ese perfil, de papel, de sueño

de misterio llenó mi alma.

Cada día, un ramo me llevó.

Flores moradas, moradas como el cielo

como el cielo en la noche

como los ojos de mis muñecas.

La verdad duele al hombre

duele al niño,

duele a la madre.

Más no duele, no a mi tía.

Ni una palabra dijo.

El interés, la indiferencia

la búsqueda por el bienestar,

por la comodidad de aquellos que amas,

lleva al hombre a cambiar vidas.

A destruir esperanzas.

A romper sueños.

A tejer dolor,

Dolor ajeno,

Dolor que no duele.

Mi amada tía, mi hacedora de espejos

la última muñeca me dio.

Tibia, bella

de encaje y brocado vestida.

Con ojos brillantes, vivos

mucho más que los de cualquier persona.

Me casé.

Me case con mi perfil nebuloso.

Con mi misterio latiente.

Más mi sueño, lejos estaba de la realidad.

No fue como deseaba.

Mi sangre casi noble,

como la de mi tía.

Mi amor, ahora frio,

como el agua de rio.

Muerto,

muerto como mi ilusión.

En un balcón, oh si, en un balcón,

pasé la vida.

Viendo al tiempo pasear por allí,

menos desdichado que yo.

La hija menor.

La de once muñecas.

La esposa de mentiras,

de exhibición.

La soñadora.

Me fui secando por dentro.

Por fuera, nada sucedía, sólo

mis ojos, perdieron todo rastro de vida.

Se cayeron por la tristeza.

Por tanto ver personas reír,

debajo de mi, tal cerca,

pero a la vez tan lejos.

Por ver, a aquellos que me quieren ver.

Bajos, mis ojos ahora y siempre.

Mi cuerpo, intacto.

Rodeado de encajes, gasas y

ese olor a guanábana.

Ese aroma que siempre estuvo ahí.

Que siempre estará

Incluso ahora.

Mi voz, mi voz

he olvidado su sonido.

¿Cómo rumor de agua?

¿Cómo gemido del aire?

¿o, algo más?

Mi voz, silencio y nada más.

Una muñeca, mi última muñeca

más vida tenía que yo.

Pues yo, como flor marchita de antaño

y ella, rellena de miel, eterna y blanca.

Sus ojos, vacios

veían más que los míos

pues los ojos

Las ventanas de alma son…

Y mi alma, gris y muerta

tenía miedo de ver la luz.

Por sus ojos vacios, vida entró a ella.

Tal como a mi tía, le cambió la vida.

Mi tía, oh mí querida tía

mi futuro habrá vislumbrado,

o es que acaso, ¿las muñecas

e habrán dicho algo?

¿Será que pueden hablar?

¿Será que pueden oír?

¿Será que pueden llorar?

Sí, ahora mi muñeca

mi ilusión de cada cumpleaños,

mi retrato fiel y vivo,

sufre mis desdichas, en lugar mío.

Bien ella, aquella que tanto adoré

le enseñó a sufrir,

a fingir, a aparentar,

a no sentir.

Esas horas, hablándoles

meciéndolas,

¿Qué más no les habrá dicho?

Mi tía, me salvó de esta vida.

Pues mi espejo,

no tiene miedo.

No es como yo.

No prefiere estar sentada,

sentada en la cola de un piano.

Ella prefiere el balcón,

tal como mi tía hermosa.

Asumió mi silencio,

y tomó mi soledad.

Ahora es su turno,

pero ella

no tiene que aparentar

ser una muñeca.

Ella lo es, aunque entre nosotros

ya no hay diferencia alguna.

Bueno, al menos no para él,

mi él, que ya no es de papel,

ya no es de sueño,

de tinta

tinta que mancha el corazón,

y de pesadilla, profunda y negra.

No tengo más que decir.

pues una muñeca no es,

más que la imitación de una vida.

De nuevo me toca olvidar,

olvidar esos ocasos en el rio,

esos que nadie ve.

Olvidar,

el encaje blanco de mi tía,

que de niña, espuma de mar lo creía.

Olvidar, mi niñez,

mi desilusión,

mi encaje.

La sobrina menor, ya no soy más.

Sólo me queda

que mis recuerdos,

se pierdan en la inmensidad

acuosa de un sueño.

Pero un sueño,

un sueño eterno,

parecido a la muerte.

Parecido a la niñez.

En el que lo único que hay

es ella,

ella

ella.

Mi tía,

la única que no está ahora en ruinas.

Y yo,

La muñeca, la muñeca menor ahora soy.